sábado, 21 de noviembre de 2009

¿CONFIA USTED EN JEHOVA?


La decisión que le salvó la vida
JAMÁS olvidaré el sábado 6 de noviembre de 1976. En ese entonces estaba en Scotland Neck, Carolina del Norte. Había esperado con anhelo participar en la distribución del tratado Noticias del Reino “¿Por qué tanto sufrimiento... si Dios nos quiere?” Pero desperté enferma.
El que despertara sintiéndome mal no era raro, porque, por los pasados tres meses, había tenido ataques de enfermedad debido a hemorragia interna. El médico había dicho que necesitaba una operación, pero que primero tenía que fortificar mi condición física. Entonces esa noche, a eso de las siete, la hemorragia aumentó hasta que por fin me desmayé. Pronto recobré el sentido. Mi esposo me llevó apresuradamente al hospital, con la esperanza de que de alguna manera sería posible detener la hemorragia.
En la sala de emergencia el médico descubrió que la hemorragia se debía a un tumor. Dijo que era preciso removerlo inmediatamente. Pero entonces empezó la dificultad verdadera. Allí en la sala de emergencia estuve dos veces en estado de choque debido a la pérdida de sangre. Mi corazón dejó de latir por varios segundos, y el médico trabajó febrilmente para resucitarme. Pronto recobré el conocimiento, y el médico y las enfermeras me oyeron susurrar: “No sangre, no sangre.” Entonces supieron que yo debía ser testigo de Jehová.
El médico pensaba que posiblemente yo no entendía la gravedad de la situación y me dijo que si no aceptaba sangre iba a morir. Dijo que no podía tratar de operarme cuando mi volumen sanguíneo estaba tan bajo. Pero yo permanecí firme acerca de la ley de Dios y cité los textos de Génesis 9:4 y Hechos 15:20, 28, 29. Allí la Biblia dice: “Sangre—no deben comer,” y “sigan absteniéndose . . . de sangre.”
Le dije al médico que en caso de que muriera, el morir no era la peor cosa que le podía acontecer a uno. Le rogó a mi esposo, pero mi esposo le dijo que él también era testigo de Jehová y creía lo mismo que yo. Se le telefoneó a un anciano de nuestra congregación.
La enfermera que ayudó a hacer la llamada le dijo al anciano: “No puede vivir si no recibe sangre. Ahora mismo está sangrando profusamente. Solo es cuestión de tiempo. Es lo mismo que tener a un niño parado en la carretera cuando viene un camión. Uno sabe lo que va a suceder.” Cuando mi esposo y yo seguimos rehusando una transfusión sanguínea, el médico me dio unos ensanchadores de la sangre y se fue a casa.
El anciano de nuestra congregación vino al hospital, y él y mi esposo le telefonearon al médico y trataron de convencerlo a que volviera al hospital y me operara. El médico vaciló y dijo: “Realmente, ¿de qué podemos hablar? Está demasiado débil para sobrevivir a la operación.” Pero mi esposo y el anciano le explicaron que todos nosotros se lo agradeceríamos si venía y hacía todo cuanto pudiera, sin usar sangre. Entonces, si resultaba en muerte, no se le consideraría responsable.
El médico dijo que ninguno de nosotros entendíamos la gravedad de la situación. Dijo que ya casi había muerto en la sala de emergencia y que, si seguía perdiendo sangre, la muerte era bastante segura. Dijo que el anestesiar a un paciente en mi condición solo apresuraría la muerte. “Puesto que ya está muriendo,” continuó él, “lo que ustedes quieren que haga es llevarla a la sala de operaciones y acabar con ella.”
Pero entonces de repente cambió su línea de argumento. “Pero lo haré,” dijo él, queriendo decir que haría lo mejor posible. El anciano le aseguró que eso era lo que la familia y yo deseábamos. “Sí, lo sé,” contestó el médico. “Ella muestra gran calma acerca de todo esto. Ella es la que está muriendo y yo el que estoy preocupado.”
Casi todos los médicos de ese hospital en particular rehúsan tratar a los testigos de Jehová si prevén problemas debido a negárseles permiso para usar sangre. Por eso fue interesante lo que el médico dijo enseguida: “Muchas veces me he preguntado lo que haría en una situación como ésta. Ahora aquí la tengo. Si operamos, por lo menos estaremos haciendo algo.”
Era a eso de las cinco de la mañana. Llamó al equipo quirúrgico. Se presentó el anestesista, y después de verificar que yo sabía lo que estaba pidiendo inmediatamente se puso a hacer las preparaciones para la operación sin presentar argumento ni reparo. ¡Qué alivio!
Precisamente antes que me llevaran a la sala de operaciones, el médico pasó de nuevo. Dijo: “Bueno, usted sabe que me está pidiendo que la opere con una mano atada a la espalda.” Le dije que prosiguiera y que Jehová cuidaría de mí. Tenía confianza de que aunque muriera volvería en la resurrección de los muertos.
En unas dos horas la operación quedó terminada y el médico salió para hablar con mi familia. Dijo: “Hasta el momento está haciendo bien. Creo que hicimos lo correcto. No estoy seguro de que logramos el punzamiento de todos los vasos que sangraban porque el bajo volumen de su sangre hizo difícil saberlo. Pero está en tan buena condición como se pudiera esperar.” Entonces, para la feliz sorpresa de mi familia, añadió: “Creo que Jehová me estaba ayudando allá dentro.”
Después de pasar cuatro días en una condición crítica, me trasladaron a una sala de hospital ordinaria. Después de unos cuantos días más me dieron de alta. Cuando al mes después de la operación volví para un examen, mi recuento sanguíneo estaba normal. Todos le dimos las gracias a este cirujano por su ayuda. Lo siguiente es parte de una carta que él escribió más tarde al anciano de nuestra congregación:
“Deseo expresar mi agradecimiento por su reciente carta respecto a la Sra. Christine Smith. Su caso ciertamente fue asombroso. Es una mujer muy fuerte y resuelta, y tanto usted como los parientes de ella le suministraron magnífico apoyo.
“Gracias por haberme ayudado a conseguir un entendimiento mejor de la fe de usted y de su gente. Creo que mi experiencia con la Sra. Smith mejorará mi habilidad para juzgar los casos cuando trate con un testigo de Jehová en el futuro.”
Durante toda la experiencia se dio un buen testimonio respecto a nuestra fe cristiana. Ahora, gracias a la ayuda de Jehová, asisto de nuevo a las reuniones con su pueblo y estoy activa en su servicio.—Contribuido.

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