jueves, 23 de septiembre de 2010

La vida eterna: recompensa de Dios.

¡La vida es una cosa maravillosa! Es preciosa, porque sin la vida no tenemos nada en absoluto. Por eso, ¡qué agradecidos debemos sentirnos de estar vivos! Diariamente nuestras gracias expresadas en oración bien pueden ascender al “Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él.” Él es Aquel que “da a todos vida y aliento y todas las cosas.” Sí, “por él tenemos vida y nos movemos y existimos.”—Hech. 17:24, 25, 28; Sal. 36:9.

Es verdad que Job una vez declaró: “El hombre, nacido de mujer, es de vida corta y está harto de agitación.” (Job 14:1) De manera similar, acerca de “los días de nuestros años” el salmista dijo que “en lo que insisten es en penoso afán y cosas perjudiciales.” (Sal. 90:10) Pero, a pesar del dolor y el penoso afán, las muchas causas de agitación, ¿quién quiere morir? El hombre desea vivir. ¡Se apega vehementemente a la vida!

Con frecuencia oímos a la gente jactarse en cuanto a lo que va a hacer mañana... dentro de poco tiempo o en el futuro lejano. Sin embargo, sabiamente Santiago escribió: “No saben lo que será su vida mañana. Porque son una neblina que aparece por un poco de tiempo y luego desaparece.” (Sant. 4:14) Eso nos hace pensar con seriedad, ¿verdad? Sí, pero esto sabemos: Hoy estamos vivos. Tenemos aliento. La mayoría de nosotros podemos ver, podemos oír, podemos hablar. Todos podemos hacer algo que valga la pena en este momento. Especialmente deberíamos estar haciendo cosas que valgan la pena si somos cristianos que hayamos dedicado nuestra vida a aquel que hizo todas las cosas. Todo lo que hagamos debe ser “para la gloria de Dios.”—1 Cor. 10:31; Col. 3:23, 24.

GRACIAS

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