viernes, 27 de noviembre de 2009


Jehová es nuestro Padre celestial (1 Cor. 8:6). Él nos conoce a la perfección y puede ver incluso lo que hay en nuestros corazones (1 Sam. 16:7; Pro. 21:2). El rey David le dijo: “Tú mismo has llegado a conocer mi sentarme y mi levantarme. Has considerado mi pensamiento desde lejos. Pues no hay una sola palabra en mi lengua, cuando, ¡mira!, oh Jehová, tú ya lo sabes todo” (Sal. 139:2, 4). Como Dios nos conoce tan bien, no hay duda de que sabe lo que es mejor para nosotros. No solo eso: él es omnisapiente. Nada escapa a su vista. Su comprensión de las cosas supera por mucho a la del ser humano. Y conoce el resultado de los asuntos desde el principio (Isa. 46:9-11; Rom. 11:33). Él es “el único que es sabio” (Rom. 16:27, Biblia del nuevo milenio).
Además, Jehová nos ama y desea lo mejor para nosotros (Juan 3:16; 1 Juan 4:8). Y su amor lo impulsa a ser generoso. El discípulo Santiago escribió: “Toda dádiva buena y todo don perfecto es de arriba, porque desciende del Padre de las luces celestes” (Sant. 1:17). Quienes se dejan dirigir por él se benefician enormemente de su generosidad.
Por último, Jehová es todopoderoso. El salmista dijo: “Cualquiera que more en el lugar secreto del Altísimo se conseguirá alojamiento bajo la mismísima sombra del Todopoderoso. Ciertamente diré a Jehová: ‘Tú eres mi refugio y mi plaza fuerte, mi Dios, en quien de veras confiaré’” (Sal. 91:1, 2). Cuando seguimos la guía de Jehová, buscamos refugio bajo la sombra del Dios que no puede fallar. Aunque afrontemos oposición, él nos sostendrá. Jamás nos defraudará (Sal. 71:4, 5; léase Proverbios 3:19-26). Como vemos, Jehová sabe lo que es mejor para nosotros, desea lo mejor para nosotros y tiene el poder de darnos lo que es mejor para nosotros. ¡Qué error sería rechazar su guía!

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